América latina… ardor, música y fervor religioso

Viejito mirando por la ventana del tren

Cañón del cobre Las condiciones en las cuales atravesamos la frontera entre los Estados Unidos y México y efectuado las normas de la aduana, fueron simplemente absurdas. De hecho, tuvimos que insistir con perseverancia para poder obtener un sello de entrada y uno de salida en el pasaporte. Les explicamos. Recién llegados a Nogales (cuidad fronteriza en México), nos bajamos del bus estadounidense “Greyhound” para subir en el bus mexicano que nos llevaría hasta Los Mochis, ciudad norteña del departamento de Sinaloa, situada entre el golfo de California al oeste y la Sierra Madre occidental al este. Cuando el bus mexicano llegó a la frontera, no se paró en el punto de control de la aduana estadounidense sino delante de la aduana mexicana. Aquí las reglas aduaneras consisten en bajar del bus con tus maletas, pulsar sobre un botón que muestra la frase “Nada que declarar” y volver a subir al bus. Y listo, bienvenido a México.

Mismo si esta forma nos hubiera convenido, la experiencia demuestra que hay que evitar encontrarse en un país no europeo sin un sello de entrada. Además, la paranoia de los estadounidenses que consiste en tomar las huellas digitales y fotografiar al visitante por medio de una cámara computarizada, no incita a abandonar el país sin antes registrarse, al menos, ese es nuestro punto de vista por una cuestión de coherencia. Por lo tanto, insistimos ante el chofer de bus para poder bajar y acudir al puesto de aduana americano y devolver nuestro comprobante turístico (carta verde). Cuando llegamos a la oficina, tuvimos que explicar a dos agentes de la policía americana en servicio, que teníamos que devolver nuestra carta verde y hacer sellar nuestros pasaportes para que todo esté en regla. Después de haberles repetido 3 veces el mismo cuento, consideraron nuestra petición lógica y uno de los dos policías nos llevó a la oficina de inmigración. Allí también, el oficial parecía sorprendido de ver dos suicitos reclamando el derecho de salir del país en regla. Tomó nuestros dos pasaportes, los selló y nos quitó las cartas verdes.

Un rato después miramos el sello en nuestros pasaportes y nos dimos cuenta que decía: “Admitido”. Dicho de otro modo, el oficial nos había hecho un nuevo sello de entrada. ¡Podríamos hacer una buena sátira a partir de esto! Después nos fuimos del lado mexicano. Ahí, el oficial de servicio estaba cenando (en la oficina) y nos dijo tajantemente “que no había sello” porque… estaba comiendo. La autoridad… fuerza, poder y soberanía. ¿Qué podemos hacer en ese tipo de casos? Tener un gran sentido del humor y formar parte del juego donde el truco consiste a arrodillarse (verbalmente) delante de su majestad. Bueno pues, le dijimos que nos disculpábamos y que no había ningún inconveniente. Y agregamos: “Después de todo, un bus entero puede esperar que usted termine de cenar”, y nos fuimos. No hicimos tres pasos que el tipo ya estaba en la ventanilla para atendernos. ¡Listo! Aquí terminamos el capítulo del paso de frontera.

Aquí estamos pues en América latina. Es impresionante constatar a qué punto la grande América tiene tantas cosas en común. Ya la conocemos puesto que Mónica vivió aquí durante veintiún años y Sylvain viajó aquí varias veces, totalizando un periodo de nueve meses. Sólo maravillas que remueven nuestra sangre y reavivan en nosotros un regocijo que todo el mundo conoce. La música por supuesto, presente en cada esquina de la calle y en los bus, te lleva a los cuatro rincones del continente, entre boleros, salsa y merengue. La devoción y la fe de la gente, nos demuestran que el fervor religioso no sólo está presente en India sino también aquí. No obstante, existen muchos aspectos negativos que vuelven la América latina peligrosa. La presencia de policías, militares y guardianes por todas partes, nos recuerda que su pasado histórico no ha cesado de ser una sucesión de colonización, revoluciones y rebeliones, sin olvidar las dictaduras políticas. Todas las ventanas de las plantas bajas tienen barrotes, y sobre todo no olvidar de preguntar hasta qué hora se puede permanecer en la calle sin correr riesgo. Asimismo, la pobreza se ha vuelto todavía más intolerable que antes, puesto que roza descaradamente con la riqueza que exhibe una parte de la sociedad latinoamericana.

Desde Los Mochis, tomamos el tren que conecta Los Mochis a Chihuahua, pasando por el “Cañón del cobre”. Existen una veintena de cañones en la Sierra Tarahumara de los cuales nueve son más profundos que el gran Cañón de Arizona. Nos tomamos un buen tiempo para apreciar estos bellos paisajes desde el tren. De hecho, ¡El tren circula entre 25 y 40 kilómetros por hora! Razón por la cual fueron necesarias 20 horas para recorrer solamente 630 km. de trayecto. Nosotros que nos habíamos jurado no más viajar de noche , ya hemos pasado tres noches en el tren y los bus desde nuestra llegada a México. ¡Nada es certero y menos aún definitivo!